Intimidades de una cualquiera

viernes, 13 de noviembre de 2015

Volar demasiado cerca del sol.

Mi ex y yo tenemos unas ocupaciones que nos llevan a rozar los mundos cada dos por tres. Luego de que me separé, tomé mi mundo y lo cerré bajo 7 llaves, a fin de evitar el mal trago de tener que coincidir en un mismo ámbito y tener la mala suerte de verlo, bancarme su presencia o peor: que mi reacción al verlo me deje presa: no sería algo muy bueno, para mí, verdad? No. La verdad que no.

Hace un tiempo, se me terminó la época de gracia: como mi trabajo es bastante demandante, no puedo andar delegando todo… Un año fue más que suficiente haciéndome la boluda, me había llegado el tiempo de volver a ponerme al frente de todo mi trabajo, no porque las personas en las cuales delegué lo hicieran mal, sino que pensé: “hasta cuando me voy a seguir escondiendo, si al fin y al cabo, no hice nada malo?”
Una buena reflexión, que tiene una verdad encerrada: ¿Por qué esconderse? Aparte, él debería sentir vergüenza, no yo. Pero como ya sabemos, en la teoría todo cierra, en la práctica todo es un quilombo.

No hace mucho tiempo, estaba en mi casa trabajando, cuando veo que me llega un mail de un cliente que necesitaba ver conmigo un par de cosas con respecto a su trabajo. Me quedé mirando el mail, había una gran posibilidad de que si iba a esa empresa, me cruce con mi ex y su novia, lo cual para mí, que aún sigo resentida con muchas cosas, no sería de lo más lindo. Decidí pensarlo un rato, sopesarlo bien, para no arrepentirme después.

Seguí trabajando. A medida que pasaba el día no sé por qué, ni por cuanto, pero personas de mi entorno, me empezaron hablar del sorete. Raro, porque justo esas personas que me hablaron de él eran las más reacias a hacerlo en su momento. Sin embargo, ese día, consecuencia de algo que jamás sabré, decidieron que deberían contarme lo sucedido último con el soretín.

No hay nada más tremendo, cuando estas tratando de olvidarte de alguien, que alguien venga y te actualice la información. En mi caso, es como que me traen todo el dolor, la bronca, y la imagen de él a mi mente: Cuando me enteré del engaño o cuando los vi juntos de nuevo. Lo que sucede, luego, es que esas imágenes se quedan aferradas a alguna parte fallada de mi cerebro y me ponen de mal humor, sin contar, que me nace la curiosidad de entrar a su instagram o Facebook para ver en que anda, lo que significaría suicidarse emocionalmente. (No sé porque nos nace esa "necesidad" de espiar la vida del otro: Sabemos que nos va a ser mal, pero aún así queremos saber. Es curiosidad o estupidez? Siempre me inclino por la segunda opción. Saber o ver algo de ellos, siempre me produce lo mismo, y perdón por lo que voy a decir, pero, me da cagadera. Tal cual. Es raro, pero me da eso.)  Por ende, hago un esfuerzo y me convenzo a mí misma de bajar el arma (en este caso el dedito), sacar el seguro (es decir, no tipear) y retirarme lentamente (alejarme del dispositivo electrónico que esté usando).

Algunos dirán: “Todavía?!” Sí. Todavía. Nunca negué el hecho de ser una persona rencorosa que no olvida quien y cuando le hicieron mal. No tengo que recordarles todo lo que sufrí, espero que no. Aun, cuando en mi presente, estoy pasando una excelente etapa, ese dolor que en su momento tan grande, se ha encogido, pero sigue haciendo ruido en algún rincón cerebral que insiste en que le baje todos los dientes.

En fin. Con la maldita información actualizada, las imágenes de un pasado, que muta a presente, martillándome la cabeza, tomé la decisión de ir a esa reunión, aventurándome a cruzarlos. Se me hizo un nudo en la panza. Enseguida la mente disparó miles de situaciones posibles: en algunas salía victoriosa, en otras volvía a sufrir. Es decir, tenía un 50 y 50 de que suceda una cosa o la otra.
Mientras me salía humo de la cabeza, me daba una puntada en la panza, tomé el teléfono y llamé al cliente: “Ahí voy a estar” escuché que dije. En 4 segundos, tomé la inconsciente decisión de salir de mi cueva, e iba a volar con mi nave, demasiado cerca del sol.

La mañana de la reunión, me levanté nerviosa. Bea, como es su genial costumbre, me hizo el aguante vía whatsapp. Me vestí con mis mejores ropas. Me maquillé divinamente. Si me lo iba a cruzar, encima con ella, al menos estar diosa. Aunque él sabe que me hizo mierda. Aunque yo supiera, que él sabe, que estuve hecha mierda. No importa, el ego a veces mueve montañas, entonces, ese día decidí alimentarlo con bulones… aunque por dentro estaba super nerviosa.

Llegué al edificio donde se iba hacer la reunión. Antes de entrar, me quedé parada en la puerta con mis libracos, mi cartera, mi anotador y mi celular, mirando fijamente hacia dentro. Si alguien me estaba observando en ese momento, seguramente debe haber pensado que me faltaban bastantes caramelos.

Suspiré fuerte, y entré. Me anuncié, fui al ascensor, marqué el piso al cual tenía que ir. Mientras el ascensor subía, me hablaba para dentro, dándome coraje… Sin embargo las manos me transpiran frío. 

Estaba nerviosa. De golpe, al llegar al piso señalado, se me cerró la garganta. Las puertas del ascensor se abrieron e hice un repaso rápido con mi vista. “No hay moros en la costa”. Salí caminando de manera lenta y decidida, en un estado de alerta total, con las manos transpiradas, sintiendo cosquillas en todo el cuerpo, con las imágenes agolpándose en mi cabeza. Es imposible no preguntarme si pensará en mí, o si se habrá arrepentido de hacerme mal. Si estará bien o mal. Esas cosas, creo, naturales. Piensen que NUNCA MAS volví hablar con él.

Le dije a la secretaria quien era. Me hizo pasar. Vino mi cliente. Estuvimos charlando casi una hora. Mientras, yo de espaldas a la puerta me sentía vulnerable como nunca, cada vez que la puerta se abría el corazón parecía atravesar el pecho de lo fuerte que latía.

Estaba tan cerca del sol, que sentía que me quemaba.

Terminó la reunión. Nuevamente volví a caminar hacia el ascensor de manera sigilosa, siempre atenta a mí alrededor. Bajé, salí del edificio, me subí al auto. En el auto apoye mi cabeza en el volante y respiré profundo. Después de un año, volvía a pisar terrenos en común. Todos los recuerdos volvieron a estar frescos, y una cierta angustia volvió a mi panza.

Ya llegando a mi casa, el sentimiento se había pasado, y logré darme cuenta que había triunfado en mi primer vuelo en territorios comunes luego de un año. Igualmente, esto no significa que vaya a visitar lugares en común, salvo que sea necesario, porque realmente sigo sin querer estar frente a frente o en un mismo lugar. Porque más allá de mi resentimiento, sigo dolida, y verlo sería como que alguien venga a removerme el puñal.  Lo que sí, en este primer viaje me di cuenta el avance tremendo que estoy haciendo, así que tengo confianza que el sol dentro de mí, la próxima vez, será el que queme, y no al revés.

Cocki.


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